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cenar a casa de Filoctemón. (Llamando.) ¡Criso, muchacho! Prepáranos cena para los
dos en una cesta; hoy vamos a embriagarnos.
FILOCLEÓN.-No, no; que la embriaguez es una plaga. Después del vino se
rompen las puertas y llueven bofetones y pedradas, y al día siguiente, cuando se han
dormido los tragos, se encuentra uno que hay que pagar los excesos de la víspera.
BDELICLEÓN.-No temas tal cuando se trata de hombres honrados y corteses. O
te excusan ellos mismos con el ofendido o tú aplicas a lo ocurrido algún chistoso cuento
esópico o sibarítico de los que has oído en la mesa: la cosa se toma a risa y no pasa
adelante.
FILOCLEÓN.-Pues vale la pena que yo aprenda muchos cuentos de esos para
que alguno de ellos me libre de pagar el daño que cause. Vámonos ya y que nadie nos
detenga.
EL CORO.-Muchas veces he dado prueba de agudo ingenio, y jamás de
estupidez; pero me gana Aminias, ese hijo de Selo, a quien ví un día ir a cenar con
Leógares75 llevando por junto una manzana y una granada, y cuenta que es más
hambriento que Antifón76. Ya fue de embajador a Farsalia77, pero allí sólo podía reunirse
con los Penestas78, padeciendo él mayor penuria que ninguno.
¡Afortunado Autómenes, cuánto envidiamos tu felicidad) Tus hijos son los más hábiles
artistas. El primero, querido de todos, canta admirablemente al son de la cítara, y la gra-
cia le acompaña; el segundo, es un actor cuyo mérito nunca se ponderará bastante; pero
el talento del último, de Arifrades, digo, deja muy atrás al de los otros. Su padre jura
que lo ha aprendido todo por sí propio, sin necesidad de maestro, y que sólo a su talento
natural debe la invención de sus inmundas prácticas en los lupanares. Algunos han
dicho que yo me había reconciliado con Cleón porque me perseguía encarnizadamente y
me martirizaba con sus ultrajes. Ved lo que hay de cierto: cuando yo lanzaba dolorosos
gritos, vosotros os reíais a placer, y en vez de compadecerme, sólo anhelabais que la
angustia me inspirase algún chiste mordaz y divertido. Al notar esto, cejé un poco y le
hice algunas caricias. He ahí por qué «a la cepa le falta ahora su rodrigón.»79
UN SERVIDOR.-(Que entra dando gritos.) ¡Oh tortugas tres veces
bienaventuradas! ¡Cuánto envidio la dura concha que defiende vuestro cuerpo) ¡Qué
75
Una especie de Lúculo ateniense.
76
Rico arruinado.
77
Ciudad de Tesalia.
78
Mercenarios tesalios
79
Proverbio que se aplicaba a los que habían visto frustradas sus esperanzas.
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sabias y previsoras fuisteis al cubriros la espalda con un impenetrable escudo. ¡Pobres
espaldas mías, sin protección para los garrotazos)
EL CORO. ¿Qué sucede, muchacho? Porque hasta al anciano se le puede llamar
muchacho cuando se deja pegar..
EL SERVIDOR.-Sucede que nuestro viejo es la peor de ¡as calamidades. Ha
sido el más procaz de todos los convidados, y cuenta que allí estaban Hipilo, Antifón
Lico, Lisístrato, Teofrasto y Frínico; pues, sin embargo, a todos los dejó chicos su
insolencia. En cuanto se atracó de los mejores platos, empezó a saltar, a reír, a eructar
como un pollino harto de cebada y a sacudirme de lo lindo, gritándome: «¡Muchacho,
muchachito!» Lisístrato, al verlo así, le lanzó esta comparación: «Anciano, pareces un
piojo reavivado o un burro que corre a la paja.» Y él, atronándonos los oídos, le replicó
así: «Y tú te pareces a una langosta, de cuyo manto se pueden contar todos los hilos80 y
a Estenelo81 despojado de su guardarropa.» Todos aplaudieron, menos Teofrasto, que se
mordió los labios como hombre bien educado. Entonces, encarándosele nuestro viejo, le
dijo: «Di tú ¿a qué te das tanto tono y te las echas de persona importante cuando todos
sabemos que vives a costa de los ricos a fuerza de bufonadas.» Así continuó dirigiendo
insultos semejantes a todos, diciendo los chistes más groseros, contando historias necias
e importunas. Después se ha dirigido hacia aquí, completamente ebrio, pegando a
cuantos encuentra. Mirad, ahí viene haciendo eses. Yo me largo, para evitar nuevos
golpes.
FILOCLEÓN.-(Entrando con una tea encendida en la mano y acompañado de
una flautista desnuda.) Dejadme: marchaos. Voy a dar que sentir a algunos de los que se
obstinan en perseguirme. ¿Os largareis, bribones? Si no, os tuesto con esta antorcha.
UNO DE LOS CONVIDADOS.-A pesar de tus balandronadas juveniles, te juro
que mañana nos has de pagar tus atropellos. Vendremos en masa a citarte a juicio.
FILOCLEÓN.-¡Ja! ¡Ja! ¡Citarme a juicio! ¡Qué vejeces! ¿No sabéis que ya ni
puedo oír hablar de pleitos? ¡Ja! ¡Ja! Ahora tengo otros gustos: tirad las urnas. ¿No os
vais? ¿Dónde está el juez? Decidle que se ahorque. (A la cortesana.) Sube, manzanita de
oro, sube agarrada a esta cuerda; cógela, pero con precaución, que está algo gastada; sin
embargo, aún le gusta que la froten. ¿No has visto con qué astucia te he sustraído a las
torpes exigencias de los convidados? Debes probarme tu gratitud. Pero no lo harás,
demasiado lo sé; ni siquiera lo intentarás; me engañarás y te reirás en mis narices, como
lo has hecho con tantos otros. Oye, si me quieres y me tratas bien, cuando muera mi hijo
me comprometo a sacarte del lupanar y tomarte por concubina. Ahora no puedo
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