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-Ahora, Viernes -le dije-, haz lo que te ordbe.
Viernes asintió.
-Pues, Viernes -le dije-, haz exactamente lo que me veas hacer y no te equivoques en nada. Coloqu uno
de los mosquetes y la escopeta sobre la tierra y Viernes hizo lo mismo. Con el otro mosquete, apunt a los
salvajes, ordenndole a Viernes que me imitara. Le pregunt si estaba lis to y respondió que s.
-Entonces, dispara -le dije y, en ese mismo instante, dispar.
Viernes tena mucha mejor puntera que yo, pues mató a dos e hirió a otros tres mientras que yo mat a
uno y her a dos. Podis estar seguros de que los salvajes se quedaron terriblemente consternados y todos
los que no estaban heridos se pusieron de pie rpidamente, sin saber hacia dónde mirar ni huir, pues no
tenan idea de dónde provena su destrucción. Viernes me miraba fijamente, tal y como se lo haba
ordenado, para observar todos mis movimientos. Despus de la primera descarga, arroj inmediatamente el
mosquete y cog la escopeta de caza. Viernes hizo lo mis mo. Me vio apuntar y me imitó.
-Ests preparado, Viernes? -le pregunt.
-S -me respondió.
-Entonces -dije- fuego, en nombre de Dios!, y abr fuego contra aquellos miserables que estaban
espantados. Como nuestras armas estaban cargadas con munición pe quea, tan solo cayeron dos pero haba
muchos heridos que corran aullando y gritando como locos, sangrando y gravemente heridos, de los
cuales, en seguida cayeron otros tres, pero an vivos.
-Ahora, Viernes -dije, dejando las escopetas descargadas y cogiendo el mosquete que an tena
munición-, sgueme.
As lo hizo y con gran valor. Sal corriendo del bosque, con Viernes pegado a mis talones, y me descubr.
Tan pronto me vieron, grit tan fuertemente como pude y le orden a Viernes que hiciera lo mismo. Corr
lo ms aprisa posible, que por cierto, no era demasiado, a causa del peso de las armas, y me dirig 'hacia la
pobre vctima, que, como he dicho, yaca en la playa, entre el rea del festn y el mar. Los dos carniceros
que iban a matarlo haban huido ante la sorpresa de nuestro primer disparo, se internaron en el mar,
muertos de miedo y saltaron a sus canoas, seguidos por otros tres. Me volv hacia Viernes y le orden que
se adelantara y les disparara. Me comprendió inmediatamente y, corriendo unas cuarenta yardas para estar
ms cerca, les disparó. Pens que los haba matado a todos, pues los vi caer de un salto en la canoa, pero
despus vi que dos de ellos se incorporaron rpidamente. No obstante, haba matado a dos y herido a un
tercero, que yaca en el fondo del bote como si estuviese muerto.
Mientras mi siervo Viernes les disparaba, cog mi cuchillo y cort los bejucos que sujetaban a la pobre
vctima. Una vez desatado de pies y manos, se levantó. Le pregun t en lengua portugues a quin era y me
respondió en latn: Cristianus. Estaba tan dbil que apenas poda tenerse en pie o hablar. Saqu mi
botella del bolsillo y se la di, hacindole seales de que bebiese. As lo hizo. Luego, le di un trozo de pan y
se lo comió. Entonces, le pregunt de qu pas era y me dijo: Espaol. Cuando se hubo reanimado, me
mostró, con todas las seas que fue capaz de hacer, lo agradecido que estaba porque le hubiese salvado la
vida.
-Seor -le dije con el espaol que pude recordar-, hablaremos luego pero ahora debemos luchar. Si an
tiene fuerzas, coja esta pistola y este sable y luche.
Los tomó muy agradecido y, apenas tuvo las armas en sus manos, como si le hubiesen investido de nuevo
vigor, se abalanzó sobre sus asesinos como una fiera y cortó a dos de ellos en pedazos en un instante. Lo
cierto es que, todo esto los haba tomado por sorpresa y las pobres criaturas estaban tan aterrorizadas por el
ruido de nuestras armas, que caan de puro asombro y miedo; tan incapaces eran de huir como de resistir las
balas. Lo mismo les ocurrió a los cinco a los que Viernes les haba disparado en la canoa: tres de ellos
cayeron por las heridas y los otros dos de miedo.
Mantuve mi arma en la mano, sin disparar, con el propósito de reservar la carga que me quedaba, pues le
haba entregado mi pistola y mi sable al espaol. Llam a Viernes y le ped que fuera corriendo al rbol
desde donde habamos disparado al principio y recogiera las armas descargadas que estaban all, lo cual
hizo con gran rapidez. Luego le di mi mosquete, me sent a cargar todas las dems nuevamente y les
recomend que viniesen a buscarlas cuando las necesitaran. Mientras cargaba las armas, se entabló un feroz
combate entre el espaol y uno de los salvajes que le atacó con uno de esos grandes sables de madera, el
mismo con el que le habra dado muerte si yo no hubiese intervenido para evitarlo. El espaol, que era muy
valiente y arrojado, aunque un poco dbil, llevaba un buen rato peleando con el salvaje y le haba hecho dos
heridas en la cabeza. Pero el salvaje, que era un joven robusto y vigoroso, lo derribó (pues estaba muy
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