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Este es, por ahora, el último nombre que le pusieron al enorme edificio que, según me
cuentan, fue en un tiempo un hotel caro y muy visitado.
Periódicamente se producí an las quiebras, aparecí an otros propietarios, se hací an
reformas y se inventaban nuevos nombres que intentaban lograr el olvido de tantos fracasos.
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Pero pude averiguar que la mujer que en el hasta mañana mintió llamarse Mirtha,
nombre en el que era imposible insertar una hache, nunca habí a pisado el Gran Hotel
Victoria.
Ella habló mucho entre las interrupciones que fuimos requiriendo aquella noche y
mañana. Cada vez más alargadas y empeñosas. Pero me basta con el recuerdo y la tristeza
del bien perdido. Lo que me importa es tratar de reconstruir sus frases. Aunque debo dejar
escrita mi sorpresa inicial. Cuando empezamos con la batalla que llaman amor, vi, sentí que
aquella mujer nada tení a que ver con las putas que yo levantaba del Chá mame. Aunque
intentara no creer, era indudable que ella gozaba. No trató de engañarme con suspiros,
gemidos, gritos sueltos o ahogados ni revolcando la cabeza en la almohada.
Me bastó mirar su cara dolorosa que sufrí a hasta alcanzar la fealdad. Aquel frenesí
impúdico tan ajeno a la quietud paciente de las putas del salón de enfrente. Pensé que
llevarí a mucho tiempo de castidad cuando me obligó a cambiar la posición de mi cuerpo, se
colocó encima y casi de inmediato dijo:
 mientras las lá grimas le mojaban la cara.
Ay, Dios mí o 
A lo largo del encuentro hice amistad con su triple oferta y fui gratificado con una
sorpresa que me aumentó la furia.
Al apuntar esta ventura recuerdo que en mis experiencias comprobé que los perfumes
femeninos se dividen entre los que me dan evocaciones marinas y los que me obligan a
pensar en un cubil de fieras.
La falsa Mirtha era generosa con ambos.
Pienso que estas felicidades compañeras se dan pocas veces en la vida, sin haberlas
merecido. Acaso porque el destino está de buen humor.
Todo esto es muy hermoso pero ya no me excita. Mañana trataré de reconstruir y
apuntar lo que ella me fue diciendo como si se confesara.
15 de julio
Tal vez esté confundiendo los tiempos. Elijo é ste para Dí az Grey. La imposición del
teléfono parió indignación y tristeza. Aquella blancura arrinconada me estuvo recordando
que no habí a en el mundo ninguna persona a la que yo deseara llamar.
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Y cuando el aparato sonaba lo sentí a como un zumbido entrecortado que perforaba el
aire, sólo para retirarse despué s de las palabras escasas.
Era siempre Dí az Grey y hablaba como temiendo que un tercero escuchara.
Una vez por semana al menos, pero nunca en dí a fijo. Pienso que el hipoté tico
pinchatelefonos quedaba defraudado porque nuestras conversaciones eran siempre variantes
de este modelo:

Hola, Garr. Querí a invitarlo a robar un malta si no tiene algo mejor que hacer (aquí
reí a simpá tico)

Caramba, doctor. Pensaba masturbarme. Ya sabe usted que Onán&

Que se joda don Juan. A las nueve. Lo del malta va en serio.
Me uní a a las toses del jeep y a las nueve subí a la escalinata de la que él llamaba la
locura de Petrus. Tal vez sin saberlo, recordando a mi amigo Almayer porque habí a
descubierto o encontrado el quiosco librerí a del viejo Lanza.
15 de agosto
Recuerdo la primera visita de mis amigos los camioneros. Bueno, la amistad se fue
haciendo en sá bados sucesivos. Yo estaba leyendo un libro, cualquier policial vetada por
Lanza. Para mí , el silencio era total con excepción, tal vez, de la serenata del grillo cuyo
escondite en el dormitorio nunca Tra pudo descubrir. Y vuelvo al primer sábado. Nada oí
pero mi perro se puso a gruñir. Yo esperaba y temí a los ladridos pero éramos tan amigos,
nos querí amos tanto que me bastó hablarle y acariciarlo para que se sosegara y volviera a los
pies de la cama. Sentí que ya pesaba mucho, que habí a perdido la felicidad inquieta de sus
dí as de cachorro pero conservaba la felicidad de seguir ignorando que algún dí a iba a morir.
Ahora yo tambié n estuve distinguiendo los ruidos de la descarga y la vigorosa mala palabra
de algún camionero que se habí a golpeado al bajar del vehí culo. No hicimos caso y tratamos
de dormir. El lo consiguió o fingió el sueño para complacerme.
17 de agosto
Los sá bados y domingos se inician con pequeños ruidos que no llegan a despertarme
pero van debilitando el poderí o de mi sueño. Es Eufrasia que se está vistiendo para su viaje a
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Santamarí a Nueva. Hace compras, encuentra amores o los reencuentra, visita a los padrinos
de Elvirita y vuelve los lunes para aburrirme con el relato de las novedades que surgieron en [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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